A 91 años de su muerte, hoy recordamos a una mujer que caminó con Dios: nuestra misionera Elise Aeby

Elise Aeby nació en Suiza el 14 de Abril de 1863, y durante su infancia llegó a Estados Unidos junto a sus padres. Ejerciendo su profesión de enfermera vio la necesidad de trabajar en la labor misionera fuera del país, por lo que hizo la solicitud de envío a la Alianza Cristiana y Misionera, siendo nombrada para su envío a Chile, América del Sur – el continente olvidado – donde llegó en enero del año 1903, vía marítima (barco a vapor).

Se capacitó en el Instituto de Formación Misionera Nyack (Actual Seminario Nyack de la Alianza en Estados Unidos) para su servicio ministerial, y luego de varias dificultades arriba a Chile desarrollando un trabajo pionero en la zona sur.

Su trabajo evangelizador lo desarrolló en varios pueblos donde la Misión Alianza tenía en el país, haciendo obra personal y visitación entre alemanes y chilenos. Trabajó como enfermera en Valdivia, junto al misionero Henry Weiss, dándoles atención médica a los niños y adultos que se encontraban con viruela. Posteriormente fue trasladada a Temuco, y luego a Santiago, ciudad en la cual trabajó junto a la señorita Frances Bechler, quien también era enfermera. Pasó sus últimos años en la ciudad de Victoria.

La persecución marcó sus primeros años en Chile. En 1906 la capilla de Osorno fue quemada y nuestra misionera tuvo que saltar del segundo piso para salvar su vida. En Río Bueno sufrió la persecución del cura Tadeo, párroco de la ciudad. En Victoria “un hombre escupió su cara y en sus funerales fue colocada al lado del mismo hombre que había hecho eso” [1]. “En Lautaro su casa fue saqueada mientras ella se encontraba en servicio; en Purén fue apaleada despiadadamente cuando hacía visita puerta a puerta” [2].

Pasó doce años en el campo misionero sin tener vacaciones, y luego de una breve estancia en Estados Unidos, regresó nuevamente a Chile en 1916. Cuando llegó el momento para que tomara nuevamente sus vacaciones, solicitó que se le permitiera permanecer en Chile por tiempo indefinido. Sus intereses estaban centrados en la tierra de su adopción, ya que no tenía parientes en el país, sólo unos amigos.

En todos sus viajes que llevaba una bolsa de folletos y porciones del Evangelio, y nunca perdió la oportunidad de dar a conocer la Palabra de Dios a pesar de la creciente debilidad en sus últimos años, así como en las inclemencias del tiempo, ella persistió en el ejercicio de su trabajo, que sirvió como incentivo e inspiración para todos. Ella era una verdadera misionera todos los días y todas las horas.

Una característica importante de su vida fue el ministerio de la intercesión. Su tranquila y pequeña casa era una casa de oración. Cada mañana, por lo general antes de la luz del día, ella estaba en comunión con Dios. A menudo, sus compañeros misioneros y otros recurrirían a ella en tiempos de problemas para obtener ayuda en la oración. Dios sólo sabe la ayuda y la bendición que ha sido para muchos su ministerio de intercesión. Ella fue fiel en consejo, amonestación y aliento, haciéndolo en su propia manera dulce y firme.

Ella siempre estaba ocupada en las obras de caridad. Los enfermos y los necesitados que encontraba, ella les daba la ayuda que necesitaban. Durante los últimos años, visitó la cárcel de la ciudad, la celebración de los servicios para los presos, que, en un país católico como Chile, es sin duda un triunfo, pero su persistencia y fe consiguió el consentimiento de las autoridades. En su funeral se leyó una emotiva carta de los presos de la cárcel, quienes expresaron su gran respeto a nuestra misionera, y agradecieron por el trabajo que había hecho en medio de ellos. Ella se preocupada de arreglar la ropa de los necesitados, y de darle comida a los pobres. Se encontraba en esta labor cuando le encontró la muerte. Su ministerio se caracteriza por la marca de la humildad y fidelidad. Luego de su muerte la gran preocupación era, ¿quién se ocuparía del trabajo que ella realizaba?

La también misionera Anna de LeFevre comenta lo siguiente: 

Tan tranquilo e inesperado fue el fallecimiento de nuestra querida colega y misionera, Señorita Elise Aeby, que difícilmente podremos darnos cuenta que no la veremos más en este mundo. Como Enoc de la antigüedad, que caminó con Dios y desapareció, porque Dios se lo había llevado. Ella ha dejado una vacante en la misión chilena, pero sabemos que nuestra pérdida es su ganancia, y podemos imaginar lo feliz que debe estar frente al Señor, a quién amó y sirvió […] el mediodía, en compañía de algunos de los miembros de la iglesia, fue a celebrar un servicio evangélico en la cárcel de la ciudad, tocando su pequeñórgano y tomando su lugar en el servicio. Durante la semana siguiente ella sufrió un ataque de gripe, pero se recuperó el fin de semana, y el viernes por la tarde y por la noche se entretuvo recibiendo visitas, quienes se retiraban alegres porque al parecer estaba mejorado mucho su salud. Pero la mañana siguiente, el sábado 21 de septiembre, sigilosamente se alejó para estar siempre con el Señor” [3].

Hace 91 años fallece la misionera Elise Aeby, el 21 de septiembre de 1929, a la edad de 66 años, siendo sepultada en el cementerio de la ciudad de Victoria, Región de la Araucanía, sus restos permanecen hasta la actualidad, su tumba por varias generaciones ha sido cuidada por hermanos de esa iglesia Aliancista.

[1] Extraído de la revista The Alliance Weekly, del día 28 de mayo de 1938, pág. 345.

[2] Extraído del libro Desde el siglo y hasta el siglo, Tú eres Dios. Pág. 47

[3] Testimonio extraído de la Revista The Alliance Weekly, del día 30 de Noviembre de 1929, pág. 774 y 775.

Escrito por Darío Escobar.

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