Vivimos días de profundos quiebres y distanciamientos, aquí y allá. Y mucho de aquello tiene como punto de partida el uso y expresión de las palabras, ¿edificantes o destructoras? Las Escrituras indican que “con la misma boca que bendecimos también maldecimos”; y, “de lo profundo del corazón habla la boca”. Es así como ellas nos han dividido, y muchas veces son las mismas palabras las que pueden hacernos volver al equilibrio social y espiritual. Así que las palabras tienen la capacidad de restaurar las relaciones en todos los sentidos. ¡Que el uso de mascarillas o tapa bocas no creen un cultura del silencio!
Quiero hacerles pensar en que la Iglesia de Jesucristo es una plataforma increíble que puede llegar a diferentes audiencias y es capaz de comunicarse con diferentes personas de diversos orígenes y creencias. Así es como se pueden transmitir historias y mensajes. Algunas iglesias están en buenas posiciones para poder comunicarse y crear espacios donde las personas que no suelen reunirse puedan congregarse, comunicarse y escuchar las historias de los demás. ¡Aprender a escucharnos! No deberíamos olvidar que la Iglesia tiene un papel importante que desempeñar en la creación de estos espacios, especialmente buscando ser esa plataforma donde las personas pueden hablar las palabras, y en especial desde la cosmovisión de Jesús.
Deberíamos entender que las palabras son importantes. Ciertamente, hablamos de que Jesús es la Palabra de Dios, el Verbo o Logos. Razón por la cual, nuestras palabras, las palabras de la Iglesia inspiradas en Jesucristo, también deberían ser muy importantes. En muchas situaciones de distanciamiento (Ejemp. la causa mapuche, las luchas políticas, los problemas laborales, matrimoniales y familiares, etc) generalmente no hay avances por una posición de rigidez, por una falta de escucha profunda (¡oímos pero escuchamos!). Esto de escuchar no es algo a nivel de superficie, sino realmente descubrirlo desde las profundidades y orígenes, entrar más allá de la epidermis. Esto se puede lograr averiguando de dónde viene este conocimiento, como es el asunto de la tierra. Y en realidad todo se remonta al comienzo de la creación, partiendo desde los relatos del Génesis, y viendo cómo las diferentes culturas lo fueron interpretando.
Por este intermedio me gustaría alentar a la Iglesia, a cada uno de manera personal, a participar más en la reconciliación, mirarnos con el modelo de que en Cristo no “hay judío ni gentil… la muralla de separación fue derribada”. Pienso que dentro de la Iglesia hay muchas personas que pueden actuar como puentes, como personas que conectan a las personas de corazón a corazón. Animo a las personas a comprometerse con los «puentes» para llegar al otro lado. Para hacer eso, sin embargo, se necesita la voluntad de dar esos primeros pasos. Puede que tengamos miedo. Podríamos temer a lo desconocido. En realidad podemos ser agentes de paz y reconciliación, sólo sé valiente empezando por el más cercano.
¡Usemos nuestras palabras para bendecir! Que estén sazonadas, no insípidas.