La inmigración ya es parte de nuestra sociedad, de nuestra cultura. Cada año vemos como nuestro país se va nutriendo de personas de Haití, Venezuela, Colombia, Ecuador, entre varios otros países, los cuales muchas veces se han encontrado pasando profundas crisis internas, las que hacen que sus habitantes tengan que migrar hacia otros lugares que les aseguren más estabilidad.
Y nuestra Alianza no ha estado ajena a esto, puesto que también se ha visto visitada por estos nuevos hermanos, quienes han dotado de una multiculturalidad la congregación y los cultos. Esto es algo que sucede de manera visible en la Alianza Cristiana y Misionera de Iquique, y más específicamente en su grupo de jóvenes. En la «Jea Anclados», existen integrantes de Chile, Perú, Colombia, Venezuela y un pastor de República Dominicana, algo que hace de cada reunión una verdadera experiencia. Pero, ¿Como es trabajar con un grupo tan variado en cuanto a cultura? ¿Hay semejanzas o diferencias marcadas?
La presidenta de la Jea, Lidia Gutiérrez, comenta que «es una bendición y a la vez un desafío trabajar con personas de distintos lugares, porque obviamente uno está acostumbrado y tiene una mentalidad propia, y uno está acostumbrado a trabajar con su propia cultura». Un verdadero desafío para una forma de ver la vida chilena que muchas veces es cerrada en el sentido de recibir a personas de otros lugares, dejando como mentiroso a aquel famoso verso de una popular canción que dice «y verás como quieren en Chile al amigo cuando es forastero».
Pero en sí el desafío de trabajar con este particular grupo, se ha transformado en una bendición para aquellos que no son originarios de nuestra tierra. «La verdad he aprendido mucho como mis hermanos chilenos y peruanos, bastante en la comida, la cultura, las palabras, y de verdad ha sido una experiencia bonita y agradable conocer otras culturas y modismos. E independiente que haya diferencia entre culturas, en Cristo no hay eso, y eso es muy lindo», son las palabras de la venezolana Andreina Valera. Su esposo Darwin Castro, también venezolano, tiene un sentir similar, pero señala que una de las cosas que más le ha costado es la forma que tenemos de hablar, y lo «rápido» que somos en eso. «Los modismos, las palabras que usan… uno no entiende o muchas veces el significado de una palabra en Venezuela es una pero en Chile es otra, entonces muchas veces a uno le cuesta entender», nos cuenta.
Pero la experiencia de una congregación multicultural se expande aún más en este grupo de jóvenes, ya que el pastor ayudante de la iglesia y quien los guía, Elvin Rosario, es de República Dominicana, añadiéndole un componente social centroamericano a la ecuación. «Ha sido una experiencia muy enriquecedora, se da una perspectiva totalmente distinta, tratar de comprender diferentes culturas dentro de los jóvenes, los modismos, la forma distinta de ver las cosas, hasta los temperamentos, jóvenes chilenos, peruanos, bolivanos, venezolanos, ecuatorianos, colombianos, y con un pastor dominicano, es lo que llamamos en mi país un verdadero arroz con mango jajaja… pero lo hermoso de esto es poder llegar al mismo punto, que Jesús es nuestro Señor y que vivimos en función a sus enseñanzas», nos señala el pastor Elvin, quien nos muestra claramente que, aunque tengamos orígenes distintos, nuestro Dios es el mismo.
Una que ha vivido ambos lados de la moneda y que nos puede contar con seguridad sobre su experiencia es Glaucia Ortíz, quien posee familia brasileña y se ha encargado junto con su marido Ignacio Perez de recibir a varios de los jóvenes extranjeros en su hogar.. «Yo he estado desde chica en esta iglesia, entonces siempre he visto personas de distintas nacionalidades. Entonces siempre ha sido algo natural el recibir a gente… igual yo lo he visto por varias partes porque mi mamá es brasilera, entonces nos hemos sentido parte de la colonia extranjera porque participamos de todo lo misionero que se hace en la iglesia. Y también como receptora».
Muchas nacionalidades, muchas culturas, muchas formas distintas de ver la vida, pero un solo Dios. Eso es algo que nuestros hermanos de Iquique tienen totalmente como cierto y eso les ha permitido poder unirse y alabar al Señor sin importarles nada más. Porque tal como nos termina diciendo Lidia, «La ‘nacionalidad’ cristiana es una sola, y no existen barreras ni limitaciones culturales. No existen diferencias en nuestra forma de ser porque el Señor es solo uno».